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Jesucristo, un verdadero líder

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Jesucristo, un verdadero líder.
Nada llena tanto mi vida como contemplar la figura de Cristo. Jesús, el Buen Pastor.
 
Jesucristo, un verdadero líder.
Jesucristo, un verdadero líder.

“Nada llena tanto mi vida como contemplar la figura de Cristo y ver la potencia de atracción irresistible que ejerce a través de los siglos. Cristo ayer, hoy y siempre. Cristo el mismo: el Señor de la historia.”

“Para caracterizar su ministerio, Jesús se sirve de la imagen del `Buen pastor´: si dice que conoce a cada oveja por su nombre, esto significa que no la conoce sólo en el exterior y anónimamente, sino desde dentro. Si añade que, además de conocer a sus ovejas, éstas a su vez le conocen, quiere decir que ha entrado en su intimidad no con artimañas, sino dándose a conocer en el decurso del encuentro.”

Hay verdaderos y falsos líderes. Puede haber muchas definiciones de lo que es un líder. Podemos definirlo de esta manera sencilla: un líder es aquel que es capaz de llevar a los demás hacia el bien, sin forzarlos, sino respetando totalmente su libertad.

Jesucristo llena esta definición perfectamente. Al invitar a los demás a seguirle no les escondió absolutamente nada. El Evangelio está lleno de ejemplos que prueban esto. Una vez Él estaba caminando junto al Lago de Genesaret; vio a unos pescadores y les invitó a seguirle; ellos dejaron todo, barco y padre, y le siguieron. Más tarde, hablando con todo el pueblo, afirmó que aquel que quisiera ser su discípulo tenía que llevar su cruz todos los días y seguirle. A uno que le dijo que le iba a seguir a donde Él fuese, le respondió que las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero Él no tenía lugar donde reclinar la cabeza.

Una vez se le presentó un señor que quería seguirle como discípulo, pero quería poner sus condiciones. El candidato al seguimiento de Cristo quería esperar hasta que muriese su padre para poder dedicarse a Cristo. Éste le dio esta respuesta: “Aquel que pone la mano en el arado y mira atrás, no puede ser discípulo mío.”

Cristo no sólo aclaraba las cosas desde el inicio, sino también les dio oportunidades después para echarse para atrás. Un ejemplo típico fue después de la multiplicación de los panes y peces. La gente comenzó a desistir cuando oyeron a Cristo decir que “tenían que comer su carne y beber su sangre.” El Maestro se dirigió a sus Apóstoles diciendo: “¿Ustedes también quieren irse?” Pedro tomó la palabra y contestó: “¿A quién iremos, Señor? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna.” En esta respuesta de Pedro se puede detectar toda la capacidad de liderazgo de Cristo. Él no les forzaba a seguirle, pero ellos sentían una atracción tan grande hacia su persona e ideales que se sintieron incapaces de abandonarle.

Las personas sentían mucha seguridad en su presencia. Es tan cierto esto que cuando Él murió sus discípulos se sintieron sumamente solos y tristes. Esa frase de los dos discípulos de Emaús, “Nosotros esperábamos que Él fuese el Mesías,” muestra el estado de ánimo general de sus seguidores después de la desaparición de su Maestro. Podemos decir que el liderazgo de Cristo consistió en “llenar” a las personas con una plenitud misteriosa y profunda.

“Jesucristo no defraudó a ninguno de los que pronunciaron su nombre con su vida, y fue para todos como un pozo profundo de donde cada uno sacaba su experiencia dulce y quedaba saciado, con la única hambre de repetirlo de nuevo, sin ganas de llenar sus ánforas en los pozos del mundo y de la carne: `El agua que yo te daré será para ti una fuente que salte hasta la vida eterna…´”

Autor: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net


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